Comiendo por Nueva York. 99 Cents Fresh Pizza y Lobster Place.

Fotografía: Mauricio Oliver

99 Cents Fresh Pizza

Si no comes pizza en Nueva York, ¿realmente puedes decir que fuiste? 

Salimos de una obra de teatro a las 12 de la noche muertos de hambre. ¿Dónde encuentra uno unos tacos por aquí?, pensé.

Nos pusimos a caminar y llegamos a “99 Cents Fresh Pizza”. Entramos al localito que tiene una barra metálica para recargar tu pizza, un refrigerador con refrescos y aguas y un horno gigante al fondo.

En el ventanal de la entrada hay un par de artículos de periódico enmarcados en donde han reseñado a la pizzería.

El dueño nos ofreció pizza de queso, pepperoni o champiñones y, a la clásica manera neoyorquina, nos miró como si no tuviera tiempo que perder hasta que decidimos que pedir.

La actitud pasiva agresiva de las personas que te atienden en Nueva York es casi entrañable.

Pedí un par de rebanadas de queso y una Coca-Cola por la módica cantidad de $2.75 USD.

En la barra hay un bote con queso parmesano y otro con peperoncino. Le puse un poco a mis rebanadas y le di una mordida a mi “pizza pie”, como le dicen en NY.

Me supo exactamente a lo que me imaginaba que sabía la pizza que se comían las Tortugas Ninjas en las cloacas de Nueva York.

Tenía una base delgada, suave y crujiente, una ligera capa de salsa de tomate y delicioso queso derretido. 

¿Acaso hay algo más simple y rico que comerse una rebanada de pizza a medianoche?

Lobster Place (Chelsea Market)

Decidimos que como última parada culinaria en nuestro viaje desayunaríamos langosta en Chelsea Market. 

Entramos al reciente renovado mercado. Este “mercado” es más como un mall subterráneo con restaurantes y tienditas muy “nice”.

Llegamos a “Lobster Place”. Estaba vacío considerando que éramos los únicos freaks que desayunan langosta a las 10 AM.

“Lobster Place” nació en 1974 con una pareja de esposos que comenzaron a traer langosta desde Maine hasta Nueva York.

Nos ofrecieron langostas chicas, medianas y grandes. Claro que opté por la grande, siempre la grande.

Me entregaron mi “langostita” de un kilo con un bote de mantequilla líquida y una tacita de “clam chowder”. 

Su caparazón era de un rojo vivo y sus patas eran del tamaño de mis manos. 

No se necesita más que la combinación de dos de las cosas más ricas en la vida: langosta fresca y mantequilla.

Comimos delicioso, paseamos por Chelsea Market y regresamos a México.

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