
Fotografía: Mauricio Oliver (@mau_in_cdmx).
Nos despedimos de Valencia para ir a conocer la maravillosa Barcelona.
“Google Maps dice que ya llegamos, pero estos son unos departamentos”- le dije confundida a Mau parada frente al número 2 de la calle “Pla de Palau”.
Nos seguimos de largo, preguntamos a un par de personas y nos retacharon al mismo lugar. No nos quedó otra opción más que aventurarnos a entrar.
Cruzamos un pasillo hasta llegar a una puerta de madera con vidrio templado en la que se lee: “Restaurant Passadis del Pep”.

El restaurante fue fundado en 1979 por Joan Manubens y ahora es manejado por su hijo, quien lleva el mismo nombre.
Se encuentra en un espacio abovedado con paredes pintadas de azul y rosa tapizadas de arte y de botellas.

Nos sentamos sin tener idea de la experiencia tan espectacular que nos esperaba.
Llegó nuestro mesero, Miguel, y nos explicó que no había carta y que nos irían mandando el menú del día.
Un restaurante sin carta. Tal vez muchas personas se asusten con esta modalidad, pero a mí me dio mucha emoción dejarme sorprender.
Abrimos con una cava refrescante y ordenamos un vino blanco para acompañar el menú sabiendo que consistiría principalmente de mariscos.
Para empezar, Miguel nos trajo unas croquetas con carne, papa, alioli y picante.

Luego, llegó Miguel con una ensalada de tomate con atún y piparras (una especie de chile, no picante). Ahí empezó la locura de sabores. El atún se deshacía al toque del tenedor y el tomate era dulce y firme.

“¿Qué le ponen a esto para que sepa tan rico?”- le pregunté a Miguel. “Aceite de olivo y sal.”- me respondió.
Después, nos llevaron un plato con una frescas navajas acompañadas únicamente de una rodaja de limón.

Les siguió un plato de Pimientos de Padrón, los cuales, una vez más, venían con sal y aceite como único condimento. Nada me gusta más que esa mordida perfecta de pimiento, aceite y una escama de sal de mar.

Miguel se tomaba la molestia de explicarnos los ingredientes de cada uno de los platillos y su origen.
Después, nos trajo un plato con pequeños salmones, camarones y calamares fritos con una rodaja de limón para acompañar. Eran crujientes y llenos de sabor. Los calamares estaban fritos pero de ninguna forma grasosos.

Miguel también nos trajo la salsa de la casa porque le dijimos que eramos mexicanos, la cual para mi sorpresa, estaba muy buena y de verdad picaba.
Luego, llegó el platillo estrella: calamarcitos a la plancha. Han sido los calamares mejor cocinados, más frescos y deliciosos que me he comido en la vida. Sus condimentos: aceite de olivo y sal.

El dueño e hijo del fundador, Joan Manubens, paraba de mesa en mesa platicando con los comensales, incluyendo la nuestra, preguntando si todo estaba en orden y si era de nuestro agrado.
Después, vino Miguel con un plato de setas Rubellons. Las setas son de mis vegetales favoritos por su intenso y casi carnoso sabor.

Luego, nos dijo Miguel que venían unas cigalas encebolladas originarias de Girona.
Le pregunté a Miguel si me podía explicar la diferencia entre las cigalas y los langostinos y no bien le hubiera terminado de preguntar desapareció para regresar con una bandeja con camarones, langostinos, cigalas y un bogavante gigante para enseñarme y explicarme las diferencias.
Vaya, ¡acabé recibiendo un abrazo del bogavante!

Las cigalas estaban espectaculares y el contraste con las cebollas confitadas era perfecto.

A las cigalas les siguieron unos camarones que estaban para morirse de ricos y frescos.

Cerramos con un flan llamado Tocinillo del Cielo y una espesa y dulce Crema Catalana.
La sencillez de los condimentos utilizados en este lugar sólo refleja el respeto que le tienen al producto con el que trabajan y todo el trabajo que hay detrás para conseguir lo mejor de lo mejor.
A mi parecer, el acierto más grande que tienen es tener la humildad y la sabiduría suficiente para dejar brillar al producto y no sepultarlo bajo salsas o condimentos exóticos.
Esta cocina se me hizo similar a como son los españoles: directa, honesta y sin rodeos.
Por otro lado, la calidad del servicio y la genuina calidez de sus meseros y hasta del propio dueño hicieron de nuestra visita algo inolvidable. Aquí, la amabilidad y el contacto humano con el comensal no han muerto.

Passadis del Pep, nos enamoraste a base de un poco de aceite de olivo y una pizca de sal.