Comiendo por España. Sobrino de Botín.

Fotografía: Mauricio Oliver @mau_in_cdmx

Nuestro primer día en España fue digno del deporte que me gusta practicar cuando viajo, al que Mauricio ha denominado: “turismo extremo”.

Llegamos a las 6 de la mañana a Madrid, llevamos las maletas al hotel, dormimos dos horas, nos arreglamos y salimos a explorar. 

Caminamos hacia la Plaza Mayor. Claro que para cuando llegamos ya se nos había cruzado una tienda de turrones de muchos estilos de los cuales hicimos cata. 

Nos sentamos en uno de los restaurantitos de la plaza bajo un toldo verde y probé mi primera “caña” (cerveza) y tapas (pan tomate con solomillo, tortilla española y jamón ibérico). 

Las tapas son aperitivos ofrecidos en los bares y/o restaurantes españoles. 

Existe una leyenda respecto al origen de las tapas que me pareció muy simpática: El rey Alfonso XIII estando en Cádiz por una visita oficial, pidió una copa de jerez. Justo en ese momento entró una corriente de aire y para que no se metiera la arena del mar al jerez, el mesero colocó un pedazo de jamón en la copa real. Al rey le gustó la idea y la siguiente copa la pidió igual con su tapa de jamón. Cuando los miembros de la corte vieron esto imitaron al rey y todos bebieron vino con tapa.

Pero no siempre es jamón, sino que pueden ser papas fritas, tortilla española, aceitunas, boquerones, croquetas de jamón, etc.

La caña me supo muy diferente a cualquier otra cerveza que haya probado. Tiene un sabor muy fuerte, incluso un poco agrio.

Me gusta la capacidad que tienen los españoles de sentarse, comer, beber sin ningún otro propósito que vivir ese momento. 

Comenzó a llover y nos refugiamos de la lluvia visitando el Palacio Real. 

Saliendo del palacio nos dirigimos a la calle de Cuchilleros (ahí trabajaba el gremio de los cuchilleros antes) para visitar el restaurante más viejo del mundo de acuerdo a Récord Guinness: Sobrino de Botín.

Fundado en 1725, lleva 294 años abierto de manera ininterrumpida. Incluso, se dice que el pintor Goya trabajó como lavaplatos de adolescente en el restaurante.

Entramos para ver una cava muy elegante con vitrinas enmarcadas con puertas rojas y orillas doradas y una “S” en el medio, una máquina registradora antigua y en el fondo, los cocineros y el horno de leña que data desde sus inicios en donde cocinan sus famosos cochinillos segovianos.

Me asombran los lugares con tanta historia. Me imagino cuantas personas de distintas épocas estuvieron sentadas donde yo estuve.

Nos sentamos en el piso de arriba que está decorado con vigas de madera en el techo, candelabros, cuadros con pinturas antiguas y mosaicos blancos con azules.

Pedimos unas cañas, queso puro de oveja y un gazpacho para empezar. 

El queso era muy cremoso y tenía un sabor muy intenso. 

Había probado gazpacho antes en México pero nada como este. La textura era sedosa y uniforme y no era nada ácido por el tomate. Le agregamos pepinos, pimientos y cebollas y le dio una frescura y textura adicional.

Luego, llegó el cochinillo asado. Lo cortan frente a ti en tu mesa y te sirven el puerco y 2 papas. No necesitas más.

La piel está perfectamente dorada y la carne está tierna y jugosa. La suavidad de la carne contrasta contra la piel crujiente. Son carnitas muy elegantes.

Después, llegó lo que más me gustó: el postre. Pedí un arroz con leche que tenía la consistencia exacta. 

Además tenía una profundidad de sabor extraordinaria. Se percibía el arroz, la leche, la canela y la naranja. 

Mau pidió un helado de caramelo que estaba espectacular también. 

¡No por nada este lugar tiene casi 400 años! 

Fue un gran primer día en Madrid. 

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