
Fotografía: Mauricio Oliver (mau_in_cdmx)
Mazapanes toledanos
El segundo día en España nos tocó visitar la milenaria ciudad de Toledo. Nos adentramos en sus murallas y caminamos dentro de sus calles laberínticas y místicas.
Se dice que el mazapán fue inventado en el Convento de San Clemente en Toledo y es un dulce sencillo, de receta ancestral e inalterada hecho con: almendras, azúcar, huevos y, en ocasiones, un toque de miel de abeja.
Entramos a una tiendita que olía espectacular y pedimos unos mazapanes que para mi alegría tenían yema de huevo confitada en el centro.
Estos no se desintegran al tacto como los clásicos “De la Rosa” en México porque esos los hacen sólo con cacahuate y azúcar y estos tienen una consistencia más cohesionada por el huevo.
El sabor a almendra sobresale (incluso demasiado para mi gusto) hasta que llegas a la yemita dulce.
Vale mucho la pena probarlos y, a diferencia de nosotros que pensamos que tendríamos tiempo para regresar, comprar una caja entera sin dudarlo.
Casa Gallega
Regresamos a Madrid por la noche habiendo tenido como única comida del día: mazapanes toledanos.
Y así, como cuando menos lo planea uno en la vida, nos encontramos una joyita en la Calle de Bordadores: “Casa Gallega”.
Entramos al restaurante que tiene un ambiente muy familiar y tranquilo.
Para empezar, nos trajeron un delicioso salmorejo.
Aunque lo parezca, el salmorejo y el gazpacho no son lo mismo. El salmorejo lleva migas de pan machacado por lo que es mas espeso. Al gazpacho se le añade pepino y pimiento y al salmorejo no. El salmorejo lleva más ajo que el gazpacho, por lo que tenemos un claro ganador (obviamente el salmorejo que lleva más ajo).
Más que una sopa fría, lo describiría como un puré. Suena raro pero en verdad es muy refrescante y rico.
Después, pedimos una orden de ostras tan frescas que no había que echarles nada más que unas gotas de limón. Las ostras son mi perdición, podría comer ostras y ostras hasta tener toda la sal del mar en mi boca. Es un sabor tan natural, tan inalterado y tan intenso. ¡Me encantan!
Luego, trajeron el pulpo a la gallega. La desventaja de comer un pulpo tan perfectamente cocinado es que ningún otro pulpo que coma se le comparará. Estaba en su punto. Tenía la consistencia perfecta, suave, nada chicloso y con la piel dorada. No tenía más que sal de mar, pimentón y aceite de oliva. Las papas de acompañamiento parecían hechas de mantequilla al partirlas.
Justo cuando pensé que no podía ser más feliz, llegó el arroz caldoso con bogavante en una olla humeante. Percibí tomate, ajo, cebolla y pimientos. Pero, además de eso, había algo mágico en ese arroz lleno de umami, probablemente el caldo de pescado. A eso hay que añadirle el extraordinario sabor del bogavante recién cocinado.
Comíamos y comíamos y no se acababa esa delicia. Si hay una olla al final del arcoíris, estoy segura que está llena de arroz caldoso con bogavante.
Evidentemente, no pudimos comer postre.