
Fotografía: Bernardo Kuri
Hamburguesas. Uno de mis platillos favoritos. ¿Por qué? Porque su sencillez no permite esconder la calidad de los ingredientes que lo componen. Una hamburguesa no tiene puntos medios, o está buena, o no, punto.
Y cuando una hamburguesa es buena; cuando el pan, la carne, el queso, las verduras y los condimentos tienen buena calidad y están en armonía, se crea algo hermoso.
Fue así que apenas pisando Nueva York, me dirigí al sur de Manhattan para probar las tan aclamadas hamburguesas de “Au Cheval”, originarias de Chicago.

“Au Cheval” significa “a caballo”, pero en realidad, es un modismo francés usado para decir que algo lleva un huevo estrellado encima.
Entramos a un estilo “diner” pero más elegante, con cocina abierta, cabinas de piel y luz tenue.

Nos recibió una mesera muy amable para los estándares neoyorquinos y pedimos unas Coca-Colas heladas.
Enseguida, le pedimos unas papas fritas con salsa Mornay (salsa Bechamel con queso Gruyère), aioli de ajo y un huevito estrellado encima y una hamburguesa sencilla con tocino, con, ¿por qué no?, un huevo estrellado encima.
Llegaron las suntuosas papas.

Qué gozada fue romper el huevo y sumergir la primera papa en la yema, en las deliciosas salsas y llevarla a mi boca.
Las papas eran crujientes pero suaves por dentro y estaban perfectamente sazonadas.
Me gustó mucho que la cocina fuera abierta. Siempre es lindo poder ver a quienes preparan tu comida.

Todo el equipo fue súper amigable y atento con nosotros sin descuidar el detalle y extra atención que dedican para que cada platillo quede perfecto.

No podía dejar de pensar que ya casi venía la que muchos de mis conocidos habían descrito como “la mejor hamburguesa de sus vidas”.
Finalmente, llegó la estrella de la tarde: la hamburguesa compuesta de pan brioche, aderezo Mil Islas, echalotes picados, pepinillos, carne molida, queso Cheddar, rebanas de tocino de 1 centímetro de grosor con pimienta y un huevito estrellado con cebollín.

Me tomé unos segundos para admirarla.
Los meseros dicen que es tan buena que no requiere catsup, así que fui obediente y no le agregué nada.
Casi me sentí culpable de reventar la yema tan perfecta que tenía frente a mí.
Al probar la hamburguesa pude sentir la suavidad del pan y saborear la jugosidad de la carne, la intensidad del queso, lo ahumado del tocino y la untuosidad de la yema del huevo.
Di a su vez una mordida al crujiente pepinillo que estaba en el plato.
Si hay algo que me gusta de EUA es que no escatiman con los pepinillos y siempre vienen enteros para ti solito.
Entré en un breve coma gastronómico. Fue una explosión de sabores y de texturas que no terminaba.
Es increíble como unas rebanadas de tocino de ese grueso son tan suaves y jugosas y cómo logran que su sabor no opaque a los demás ingredientes.

El aderezo y los echalotes picados también la distinguen de otras hamburguesas que he probado. Todas las hamburguesas que cocine en el futuro van a llevar echalote (para los que no lo han probado, es una mezcla entre cebolla y ajo).
Estas opulentas hamburguesas, se quedan en el límite del exceso para regalar al comensal una experiencia extraordinaria con ingredientes de primera calidad.
Todos los ingredientes son deliciosos y se logra la perfecta armonía de la que hablaba al inicio de mi relato que lleva a una hamburguesa perfecta.
Tengo un amigo que dice que todo es mejor con huevo estrellado y creo que tiene razón.
El huevo le da un plus de sabor a todo lo que toca, o, en este caso, a lo que monta (la hamburguesa es el caballo).
Obvio ese amigo tiene razón.
Se me hizo agua la boca con la descripción de la rotura de yema.
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