
Fotografía: Mauricio Oliver
Las personas que visitan Willie Mae’s Scotch House llegan ahí con un sólo objetivo: comer el mejor pollo frito de sus vidas.

Este restaurante se estableció en 1957 como un bar en el barrio histórico de Tremé.
Después de un año, el bar se trasladó a su ubicación actual, en donde estaban el bar, una peluquería y un salón de belleza en la parte delantera (no, no me equivoqué, coexistían en gloriosa armonía el bar, la peluquería y el salón de belleza…).
A principios de 1970, el salón de belleza cerró, lo que provocó la demanda de un restaurante para complementar el bar de Willie Mae.
En 2005, la Sra. Willie Mae Seaton fue honrada con el prestigioso Premio James Beard por “El Restaurante Clásico de América para la Región del Sur”.

Hoy en día, la bisnieta de la Sra. Willie Mae dirige el restaurante conocido por tener el “mejor pollo frito de Estados Unidos”.
El local es tan famoso que se hace una hora o más de fila (efectivamente, soy una gandalla y aproveché que era mi cumpleaños para que Mau y mis amigos se la aventaran conmigo).
Cuando los ánimos empiezan a flaquear, sale un olor a pollo frito de los de caricatura que obliga a todos los ansiosos clientes a seguir gravitando alrededor del restaurante.
Después de una hora de cola, entramos al local que me sorprendió por su sencillez. Hay sillas de metal, mesas de madera, pósters de Nueva Orleans y fotos en las paredes y ventiladores.

Tampoco se andan con variedades en el menú. Hay pollo frito y guarniciones. Adiós, no más.
Nos sentamos y ordenamos pensando que habíamos logrado nuestro cometido, pero no, tuvimos que esperar aproximadamente media hora más para recibir el tan ansiado pollo.
Eso sí, nos trajeron una deliciosa jarra helada de Coca-Cola de consuelo durante la larga espera.
¿Pues qué tanto le harán al pollo? – comentábamos todos desesperados mientras esperábamos, ya muertos de hambre.
Por fin, llegó a mí un plato con 3 piezas de pollo frito, puré de papa con gravy, chícharos y una orden de pan de maíz.
Aún siendo pollo frito, no estaba nada grasoso. La piel estaba íntegra. Al morderlo sentí lo crujiente de la piel contra la suavidad y jugosidad de la carne del pollo. El sabor es extraordinario.
Después de ver la manera tan perfecta en que está cocinado el pollo entendí un poco la tardanza.
El puré de papá es todo lo que un buen puré desearía ser en la vida. Su cremosidad junto con el gravy es lo máximo.
Y quién pensaría que los chícharos jugarían un papel tan especial en el platillo. Su dulzor y textura suave contrastan perfectamente con lo crujiente y salado del pollo.
También, pedimos pan de maíz o “cornbread”. No bueno, ¡qué cosa más deliciosa! No es pan de elote, sino un pan hecho con harina de maíz. Es esponjoso y húmedo y está en el limbo de lo dulce y lo salado.
La combinación del pollo con la Coca-Cola helada; del pollo con el puré de papa cremoso y los chícharos dulzones; y del pollo con el pan de maíz recién horneado es maravillosa.
Pensándolo bien, es difícil imaginar qué alimento no iría bien con ese pollo.
Tristemente, la espera es inversamente proporcional a lo que tarda uno en comerse el pollo. De esta manera, en cuestión de minutos, desaparece pero cada mordida lo vale.
Después de este restaurante, reitero mi absoluta admiración y amor por la comida de Nueva Orleans.
Es auténtica (como ningún otro lugar de EUA), está cargada de bagaje cultural e histórico, es casera, es poco pretenciosa pero elaborada y llena de profundidad, y, por si fuera poco, es absolutamente deliciosa.